9/02/2005
Siguen sin pedir perdón
Con la colaboración de Pisko, traigo aqui la reseña de un hilo fantástico que no puedo traer aquí dado su tamaño, merece la pena visitarlo, y leerlo hasta el final. Desmonta la falacia de que Lenin o Stalin no eran asesinitos natos...que la cosa viene de antes de 1927;
Los mismos sectarios que acusan a diestro y siniestro hoy como ayer tendrían que tener, al menos, la vergüenza de pedir perdón por los crímenes cometidos en nombre de la ideología que siguen defendiendo. Alemanes o japoneses han pedido perdón por los crímenes de nazis o militares que nada tenían que ver con ellos salvo la nacionalidad. El Papa ha pedido perdón por crímenes ocurridos hace siglos. Pero ellos siguen sin pedir perdón, continuan negando sus crímenes cuando no se vanaglorian de ellos o los justifican sin rubor insultando la memoria de quienes tenemos memoria.
Las Solovki
En 1923 se creó el Campo de destino especial de las Solovki. Las iglesias, las ermitas y el monasterio acogieron a los prisioneros y la administración del campo. Los interiores de los templos, los iconostasios con obras de los maestros medievales, la biblioteca del monasterio… todo fue devastado y destruido. Las reliquias de los fundadores del monasterio, los eremitas Savati, Duerman y Zosima, fueron exhumadas de sus tumbas y enviadas al Museo del Ateismo de Leningrado. Los monjes de las Solovki fueron expulsados o arrestados.
“Después de subir a bordo nos dividieron: las mujeres a proa, los hombres a popa. Enseguida nos llegaron chillidos desde donde estaban las mujeres: la orgía había empezado. Los de la Vecheka no recurrieron a la violación, como hacían los escoltas del tren. Primero les daban a las mujeres un poco de comida y mucho vodka, y luego, ya borrachas, se las repartían. Nosotros permanecíamos sentados en la popa, cabizbajos."
Recuerdos de Yemelian Soloviev
“La llegada de los nuevos convoyes de prisioneros era un espectáculo terrible, indescriptible. A los prisioneros se les humillaba, se les injuriaba con los peores insultos y se les apaleaba: en verano, desnudos, eran expuestos a los mosquitos con la prohibición de moverse […] Cuando cruzaban un puente los vigilantes señalaban al azar a un prisionero y gritaban “¡Delfín!”. El hombre tenía que saltar al agua. Si no lo hacía, le pegaban y le arrojaban al agua a la fuerza. […] Al más mínimo incumplimiento del reglamento, los prisioneros eran golpeados y encerrados en las kabitki, calabozos construidos con tablas y sin calefacción en los que debía permanecer hasta que se les congelasen las extremidades. Para torturar a los prisioneros se construían unos calabozos especiales de una altura de un metro, cuyo techo, suelo y paredes estaban llenos de estacas puntiagudas. Los prisioneros enviados allí generalmente no soportaban tal martirio y morían”
Extracto de los documentos de la Comisión especial de investigación de la OGPU
En el campo
Los prisioneros, hacinados en las iglesias sobre los jergones de las literas, vivían en unas condiciones espantosas: hambrientos, infestados de piojos y helados de frío. Los encargados de la vigilancia del campo, ateos militantes, instalaron deliberadamente las letrinas en el lugar que antes ocupaban los altares destruidos. La Iglesia de la Ascensión del Señor, en el monte Sekirni, fue transformada en un lugar de aislamiento disciplinario, donde tenían lugar, además, las ejecuciones. Las crueldades de los guardianes del campo sustituyeron a los cantos y rezos ortodoxos. A los prisioneros se les golpeaba con bastones de madera hasta que perdían el conocimiento, se les regaba con agua a temperaturas gélidas o se les colocaba “en el tocón”, donde el condenado, desnudo, tenía que soportar las picaduras de miles de mosquitos que le cubrían todo el cuerpo. Los guardias se ensañaban también ordenando trabajos absurdos, como llevar agua de un agujero en el hielo a otro o “contar las gaviotas”: el prisionero gritaba con todas sus fuerzas “una gaviota, dos gaviotas, tres gaviotas….”, y así hasta caer exhausto. Las violaciones y la obligación para algunas mujeres de convertirse en las compañeras de miembros de la administración y la guardia del campo eran moneda corriente. La flor y nada de la sociedad rusa fue deportada a las Solovki: intelectuales, filósofos, escritores, artistas, científicos, activistas políticos y sociales, aristócratas, oficiales zaristas, empresarios y religiosos.
La creación del campo supuso una nueva etapa en la exterminación sistemática de la intelligentsia rusa en calidad de enemigo de clase de la “dictadura del proletariado”, iniciada ya durante la revolución y la guerra civil. A lo largo de los dieciséis años de funcionamiento del campo al menos ochocientas cuarenta mil personas fueron apresadas. El número de víctimas no ha sido determinado con exactitud, pero puede elevarse probablemente a unas quince mil.
Fue en las Solovki donde se ocultó por primera vez la realidad criminal de los campos detrás de la fachada de la propaganda, que reivindicaba la “reeducación de los prisioneros por el trabajo en beneficio del socialismo”, lo que luego iba a convertirse en norma del GULAG entero. La realidad de las humillaciones, el trabajo inhumano y las muertes masivas de prisioneros eran enmascarados por las apariencias: en las Solovki funcionaba un teatro, se editaba la revista de propaganda Novïe Solovki y había una orquesta. Las devastadas iglesias ortodoxas eran decoradas con los retratos de Lenin y con eslóganes como “El trabajo refuerza el cuerpo y el espíritu” o “Viva el trabajo libre y alegre”. Un equipo cinematográfico de Moscú fue a rodar una película que pintaba de color de rosa la vida del campo. El escritor Maksim Gorka, invitado por las autoridades, visitó las islas Solovki y escribió un artículo apologético titulado “Las Solovki”, que se publicó en la prensa soviética y extranjera, y en el que elogiaba “el trabajo educativo” de la OGPU y aseguraba que los prisioneros vivían en unas condiciones excelentes.
El campo de las Solovki era una especie de polígono de pruebas donde se elaboraban métodos que durante muchos años serían aplicados en otros campos del GULAG. Se buscaban sobre todo maneras de aumentar el rendimiento del trabajo esclavo, desde las promesas de una liberación anticipada hasta el calabozo o incluso el fusilamiento por negarse a trabajar, pasando por la reducción de las raciones alimentarias por no cumplir las normas. Fue en las Solovki donde Naftali Frenkel, director de la sección económica del campo soviético y durante muchos años alto funcionario del GULAG, pronunció su famosa frase: “Hay que exprimir al máximo al prisionero durante los tres primeros meses; luego ya no sirve para nada”.
En el año 1933, tras diez años de funcionamiento, el campo de las Solovki fue absorbido por el Campo mar Blanco-mar Báltico, una estructura más extensa del GULAG rebautizado como Cárcel de destino especial de las Solovki y finalmente clausurado en el año 1939.
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