12/31/2006

H.S. Mierda en popa, a toda vela

Mierda en popa a toda estela,no corta el mar sin que huela, un petrolero zascandil...

En la semana de salir de Amsterdam rumbo a Canadá en busca de mineral con que llenar las bodegas tuve mi primer electroshock marinero.

Fuel al asomarme a popa y ver que seguíamos una autoestopista oceánica inmensa, en la que iban y venían continuamente otros barcos del pelo de nuestro, petroleros, gaseros y sobre todo portacontenedores, pero todos inmensos. Y la autopista quedaba perfectamente marcada, su pavimento inconfundible, un trazado de plásticos meciéndose a dos aguas casi ni dejaba ver el océano...

Estábamos en medio del atlántico, a miles de kilómetros de cualquier tierra firme y sólo se veían plásticos y restos flotando como en un mar de los sargazos. Fue entonces cuando comprendí que la estúpida creencia de que el mar es infinito y se traga toda la basura que le echamos es eso, una creencia estúpida.

En la diaria tarea de la máquina hacíamos una media de uno o dos bidones de doscientos litros llenos hasta los bordes de trapos empapados en aceite, muchos litros de aceites, fueles, gasóleos disolventes, detergentes y demás líquidos que se usan con inaudita profusión en la máquina de un barco, virutas metálicas, hierros diversos, herramientas y piezas rotas, etc etc... A poco de salir de puerto, dependiendo de que puerto fuese, al anochecer tocaba tirar por popa toda aquella basura.




Un atardecer tranquilo y con la mar bella, me tocó abrevar de sus excrecencias al monstruo y vacíar media docena de bidones que esperaban en la cubierta de popa. Al arribar al aire libre desde la infecta sentina que estaba achicando, el espectáculo me arrebató, el sol se sumergía en el horizonte provocando ese espectáculo que ningún circo del sol ni de la luna puede imitar. Las nubes se encendían mágicamente pasando de negros cimarrones a fantáticas alazanas que galopaban en el vasto escenario con algo más que sensorrund.

En esta beatífica tarea estaba yo meditando sobre el tema, cuando cruzó nuestra estela un velero de doce o trece metros recortándose contra el horizonte carmesí.

Un puño misterioso me entró en el pecho y me estrujó el corazón. Como en un viaje astral de bajo coste me vi allí, en la popa mugrienta, tirando al ocáno pura mierda a mansalva mientras el conocimiento de que donde debería estar es allá, en aquel velero de teca, apuntando en la carta el rumbo, la estima de deriva y abatimiento, con la radio abierta atento al parte y un buen swing sonando en el barco, éste si, un barco.



Tuve que llorar un rato para que aquél puño me soltase.

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