12/31/2006

En la fábrica flotante (cont.)

Haciendo amigos.

Como creo que ya he comentado al principio, una serie de causalidades "casuales" habían precipitado una situación harto anómala para la jurisprudencia de aquellos lobos de mar, tal que un mindundi del escalafón más bajo, o sea yo, usufructuara en propio y exclusivo beneficio un camarote mas grande que el del viejo y con una bañera dos pies mas larga. Ya sabéis, como íbamos mas wipers de lo normal no había camarotes para todos y a mi me endilgaron una minipocilga sin lavabo siquiera, destinada a los prácticos de los puertos y situaciones así, en que hiciera falta una cama extra.

Tuve que transigir con ello, que remedio si no había otra cosa, pero como al poco me percaté de que había otro camarote grande y hermoso que permanecía cerrado y sin uso pregunté a ver que era aquello.

Fui directamente al primer oficial, y no sin esfuerzo le saqué que aquello era la enfermería, lo cual me permitió darle jaque mate; Yo había hecho tres años de medicina y no tendría ningún problema, antes al contrario, en atender cual samaritano al posible accidentado que pudiera haber en aquél barco.

Como había dos espléndidas camas, aquél pipiolo de Algorta no pudo contradecirme, bien que lo intentó, y me adjudiqué en propiedad aquella suite tan cojonuda. Claro que a la tripulación le sentó como un tiro en la entrepierna, fatal es poco. Yo me hice el loco y a lo mío. La cosa no podía quedar así.

Cogí la costumbre de darme un baño al mediodía, antes de ir a comer. Era una gozada increíble, mi cuarto de baño olímpico, con un sumidero en el pavimento. Abría la espita del agua caliente y un chorro casi como un puño llenaba aquella inmensa bañera en un pis pas, casi ni me daba tiempo a desnudarme y liarme un cigarrito. Así que en cinco minutos aquello estaba desbordado de agua y entraba chapoteando directamente en el suelo mientras cerraba el grifo y desplazaba otros setenta litros fuera al meterme dentro en plan Arquímedes.

Eran diez minutos que me sabían a gloria y en esas estaba, dándole una calada voluptuosamente al agfano cuando un mediodía un tiparraco entró a "avisar que era la hora de la comida", pobre pretexto para entrar a fisgar. Recuerdo el careto del menda cuando entró al baño y vio mi cabeza asomando en un mar de espuma, exhalando anillos de humo...fue una transformación de fotochop, increíble, se le desencajó el careto y hasta la mandíbula... No veas los caretos de los demás cuando diez minutos después arribé al comedor...si las miradas matasen...

Algo quedaba meridianamente claro...mi estrategia de no dar el cante y pasar desapercibido había naufragado estrepitosamente.

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