6/30/2007

La maldición de ser vasco.

Un excelente artículo del blog de soil:

Ser vascos, si hacemos caso de nuestros particulares nacionalistas, no es algo fortuito y sin mérito, como ser español o francés. Uno nace y crece en Francia, y ya no tiene nada más que hacer para ser francés. Y sobre todo, no tiene necesidad de dedicarse a ser francés, porque nadie le va examinar ni a poner puntos al respecto. Un francés puede dedicarse a ser tranquilamente lo que quiera, no sé, deportista, o barrendero, o amante, o periodista, o gamberro, o lo que sea que le motive, sin preocuarse de si lo hace de una forma suficientemente francesa o no. Un español, lo mismo. Y así, casi todos los demás.

Pero ser vasco no es tan fácil, no. Hay que hacer el esfuerzo de aprender una lengua para poderte entender con un puñadito de gente con el que ya te entiendes perfectamente antes de aprender esa lengua. Esa lengua marginal rescatada de un laboratorio.

Pero si ya te entendías con ese puñadito de gente, no es para entenderte con ellos por lo que la tienes que aprender, no. En realidad la tienes que aprender porque los vascos fetén tienen la curiosa teoría de que tu auténtica lengua es una lengua que ni hablas, ni necesitas, ni te importa. Tienen la curiosa teoría de que ese idioma concreto no es una herramienta que te sirve para comunicarte, sino un deber que tienes para ser vasco como se debe de ser.

Y hay que tener fé en esta tierra. Creer sin pruebas, contra la evidencia si hace falta. No discutir, no pensar. Abrazar una mitología e historia secular recién inventada. Hay que sentirse muy vasco, y el que te explica en que consiste eso, puede ser un monaguillo de Llodio con pinta de extraterrestre, o puede ser el jefecillo de una banda de delincuentes que se llame, por ejemplo Pernando. Hay que aceptar que en nombre de una cosa tan ridícula como ser vasco, se puede matar y poner bombas, se puede hostiar a la oposición, porque no quieren ser vascos como se debe ser, y por ello son unos provocadores. Y hay que aceptar que se puede en general hacer política a punta de pistola, o en su defecto recoger las nueces como si aquí no pasara nada. Y faltar a la palabra dada tanto como convenga. Porque hablamos de “ser vascos”, amigos míos, ¡casi nada!

Y por supuesto tienes que creer que quien no acepte los planteamientos de los nacionalistas vascos, será por narices un nacionalista español.

Pues caramba, probablemente habrá nacionalistas españoles, pero resulta que muchos vascos españoles no son nacionalistas españoles. De hecho, una gran mayoría. Lo que pasa es que esa propuesta de una eusquérica neonación les parece una mierda, sencillamente, y les gusta infinitamente más España que la Euscolandia esa que los nacionalistas vascos quieren crear.

Uno no puedo hablar por los demás, pero por poner un ejemplo, diré que España no me parece el mejor país del mundo, ni ser español me parece lo mejor que te puede tocar. Aunque tampoco está nada mal. Pero, sobre todo, no tendría el menor inconveniente en que España se desnacionalizara hacia arriba, hacia Europa. No hago ninguna causa de la nación española, salvo cuando me la quieren quitar para darme una caca a cambio. Pero si en vez de la ciudadanía española me dan una ciudadanía europea, y que cada cual hable lo que le de la gana, y aprenda en lo que le da la gana, estaría encantado de perder la nacionalidad española, porque no estaría perdiendo, sino ganando.

También sé que el español, mi idioma por mucho que los inventores de naciones me lo quieran negar, desaparecerá algún día, como todos los idiomas. Y no será ningún drama, siempre que ocurra de una forma razonablemente natural, y por conveniencia de sus hablantes. Pero, aunque no lo comprendan los euscolaris, entre que “mi idioma” sea el segundo más hablado de la cultura occidental, o sea una lengua marginal, sin presencia en el mundo y la cultura, presente, pasada, o futura, ni se me ocurre comparar.

¡Que chollo ser español, o francés, o italiano, o alemán, o inglés, o calquier cosa normal! Me encanta ir a Sevilla, o a San Juan de Puerto Rico, o a Santiago de Chile, y sentirme en casa. Y me encanta la envidia que eso produce en franceses, italianos, o alemanes, que tienen naciones mucho mayores y mucho más ricas que España. Aunque también reconozco que me muero de envidia con la Polinesia Francesa, y mucha otras cosas. Pero, ¿Euscolandia? ¡Que no me hagan reir!

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